He aquí el cómic Prometeo, el ladrón dle fuego divino, de Hugo Sanz Beaudry, alumno de la asignatura de Latín de 4º de E.S.O. y que recibió un accesit en el certamen del Festival de Teatro Clásico de Gijón
.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado. Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia, sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.
martes, 15 de mayo de 2012
Eos y Tithonos, una mitológica historia de amor. Silvia Baños Pérez (4º E.S.O.)
He aquí el cómic Eos y Tithonos, una mitológica historia de amor, de Silvia Baños Pérez, alumna de la asignatura de Latín de 4º de E.S.O. y que recibió el primer premio en el certamen del Festival de Teatro Clásico de Gijón.
miércoles, 2 de mayo de 2012
Rap órfico
Trabajo creativo de los alumnos de 4º de E.S.O., Pablo, Adrián y María...¡¡Bravo chicos!!
Orfeo, hijo de Calíope y Eagro,
su corazón se tiñó de negro
con la muerte de su amada.
Se dice que su canto a las fieras amansaba
pero jamás descansaba.
Los recuerdos le invadían la mente
así que decidió ignorar a la gente
viajando al Inframundo
internándose en lo más profundo
con su canto y un poco de encanto
convenció al propio Hades,
dios del final de los mortales,
devolviendo así a la vida
a la persona querida,
pero la última condición
terminó siendo su perdición.
Cómo fiarse de un dios tan malvado…
Así que decidió romper con lo acordado,
girándose y viendo de nuevo el final de su amada,
de nuevo en su cara la desdicha reflejada.
Qué difícil controlar los sentimientos,
esos pequeños cimientos,
invisibles,
impasibles,
así es que el pobre desdichado
jamás se volvió a sentir amado,
manteniéndose fiel
ante la dulce miel
que es el amor,
sin volver a sentir el calor
que desprende la persona querida,
así sintió su mente perdida
hallando así la muerte
manteniéndose inerte
ante otros sentimientos,
recordando los tristes pensamientos
de que pudo de nuevo tenerla,
pero el ansia de poseerla
acabó con su vida,
no encontrando así huida
esperó su ansiado final.
Tras un mordisco de serpiente se le murió Eurídice
Orfeo sintió el dolor el cual luego llegó a su cúspide,
tras ese momento decidió hablar con Hades
le encantó el canto que le hizo él antes
y como recompensa le dijo “devuelvo a tu amada,
pero piensa que si das la vuelta el trato ya de que vuelva se cierra”
Y el último instante dudó,
cuando se dio cuenta su futuro estaba crudo,
ya no había marcha atrás, su novia jamás volvería,
sus lágrimas caían de aquellos lacrimales
mientras observaba la huida de Hades…
mientras observaba la huida de Hades…
μνημεῖον
Este relato de la alumna Paula Garay (1º Bach.) fue galardonado con el primer premio en el Festival de Teatro Clásico de Gijón, no tiene ningún desperdicio...
“ Piélago;
Por favor, sé consciente de que el recuerdo de tu olor sigue presente
en mis sienes cada mañana. Es como si, en ocasiones, formase parte de mi propia
piel… y es que no hay día en que, a lo largo del desarrollo de mis tareas, el
débil recuerdo del roce de tu inmensidad contra mi cuerpo no pare a hacer un
descanso en mi memoria, para acto seguido volver a sumergirse en un vacío que
siempre temo capaz de llevárselo para siempre. Pero, gracias a los dioses,
nunca sucede así.
Mi vida como esclava de alguien más que de tus mareas es monótona. A
veces, tan oscura como la maraña de algas que en ti se enredaban, algunos de
nuestros veranos, en las costas de Corinto. Recuerdo que entonces no me cabía
imaginar que algún día, incluso no tan lejos de aquellos, alguien sería capaz
de someterme a sí mismo y a su fuerza. En esos instantes, Ponto, en ocasiones
tan eternos, sólo imagino que estoy siendo envuelta por una de tus grandes olas
y arrastrada a algún recoveco de tus profundidades. Quién me lo iba a decir…
A día de hoy, consciente de mi propio precio, sé que no puedo aspirar
a volver. Incluso aunque uno de tus brazos lame la tierra en la que me
encuentro, es la Jonia aquello que mi corazón añora. Y viendo cómo cada día mis
ambiciones se estremecen hasta desaparecer, como tu espuma, la última que me
queda es la llegada de mis letras a tu seno.
Ojalá algún día mi esencia -salada, azul, profunda, viva-, pueda rencontrarse con los dos.
Ojalá algún día mi esencia -salada, azul, profunda, viva-, pueda rencontrarse con los dos.
Verdadera y eternamente tuya;
Thalassa. ”
-¿Qué tienes ahí?
Mis manos temblaron
y pronto temí por la fragilidad del viejo pergamino que sobre ellas descansaba.
Cuando quise descubrir la humedad que empañaba mis ojos y pómulos, Fabio ya se
encontraba frente a la parcela en la que yo llevaba días excavando con
paciencia y sin resultados. Observó la figura carbonizada de la joven Thalassa
a mis pies, los restos ennegrecidos y solidificados de su humilde vestido y el
gesto de sus brazos, estrechados alrededor de su propio pequeño cuerpo. La
expresión de su rostro había sido pulida por el tiempo y la sedimentación y
apenas quedaba constancia de la leve apertura de su boca. Mirándola fijamente,
en aquel silencio que mi colega y yo habíamos pactado sin querer, me convencí a
mí mismo de que no expresaba terror, al contrario que muchos otros cuerpos que
habíamos ido desenterrando a lo largo de aquellos días. Parecía dormida,
serena. Sometida… pero viva.
-¿Por qué se
abraza? –inquirió Fabio sin modificar el gesto de su rostro cansado.
-Abrazaba aquello de allí –repuse señalando una fina bandeja de plata apoyada contra la pared.
-Abrazaba aquello de allí –repuse señalando una fina bandeja de plata apoyada contra la pared.
Recordé por un
instante el trabajo que me llevó desencajarla de su abrazo, despegarla de su
cuerpo y extraerla. En aquella bandeja de plata, en los brazos de Thalassa,
había sobrevivido aquel fino pergamino con su gran historia. Su cuerpo y ella
habían aguantado el paso del tiempo, los años y las eras. Ambos. Pero, ¿qué era
la vida, entonces? Aquel ingrediente que dada su ausencia, me impedía hallar
expresión alguna en sus ojos.
-¿Qué pone
ahí? ¿Sabes griego? –volvió a preguntar Fabio.
-No. No lo sé –le mentí-.
-No. No lo sé –le mentí-.
* * *
Fue la mañana de
un 24 de agosto cuando, tras haber finalizado el primer periodo de excavaciones
en Pompeya viajé al Peloponeso, al estrecho de Corinto, intrigado por el
esplendor del mar relatado en aquella carta que jamás había sido enviada pero
que no había perecido ante el fuego, el polvo y las cenizas. Durante el tiempo
que estuve allí, paseé por la costa norte de la isla preguntándome en cuál de
aquellas calas se habría bañado el cuerpo desnudo de Thalassa, la pobre esclava
griega vendida al sur de Italia. Los días, con sus atardeceres, nacieron y
murieron ante mis ojos, todos completamente distintos entre sí, pero con un
mismo origen y un mismo fin: el mar.
Dado lo
sobrecogedor que me había resultado mi descubrimiento y mi inesperada
involucración en él, durante esas jornadas de paseos interminables y silencio,
no dejé de manosear el pergamino que había ocultado a la dirección de la
excavación y del cual Fabio había parecido olvidarse. Pero en el fondo de mi ser, sabía lo que
debía hacer con él y a quién pertenecía realmente.
Con el fin del
mes de agosto lancé un barco al mar. Puse todas mis esperanzas en que el mismo
lo deshiciera con su esencia, lo besara, lo lamiera… y pasase a formar parte de
sí. Con el fin del mes de agosto sentí que había cerrado una puerta que había
permanecido abierta en la historia durante miles de años… había devuelto a
Thalassa a su hogar, el mar.
1º Bachillerato
῾O κῆρυξ τῆς ῾Eλλάδος
Relatos en clave periodística y con mucho humor escritos por Pedro Riesco de 1º de Bachillerato.
El Heraldo de Grecia
El Heraldo de Grecia
Néctar y Ambrosía
Relato galardonado con el primer premio en el Festival de Teatro Clásico de Gijón en la modalidad de E.S.O. Está escrito por el alumno Nicolás González Meneses de 4º de E.S.O.
Extracto de la revista Arqueología
Tomorrow:
«29 de
febrero de 2012.
En las
recientes excavaciones arqueológicas realizadas en la localidad de Gradura
(Teverga, Asturias), se han hallado los restos de una domus romana de dimensiones no muy
grandes. A pesar de lo cual, en este yacimiento se han podido encontrar ciertos
objetos de gran valor arqueológico que ya han pasado a manos de expertos en la
materia del gabinete arqueológico de la localidad. Entre ellos cabe destacar un
rollo de papiro con un breve texto literario que, los expertos opinan,
circulaba entre las clases populares durante, según se ha datado, la época de
la República. El texto en cuestión, por lo que se ha podido descifrar de él
hasta ahora, presenta un lenguaje, en prosa, que difiere en gran medida del de
los conocidos autores clásicos, constituyendo una forma de hablar que, según la
opinión de la mayoría de los filólogos,
había de ser la más utilizada normalmente por la gente común de aquel
entonces. A pesar de encontrarse manchado en ese lugar, los investigadores
creen haber descifrado la firma del autor de este texto, que parece ser un tal Albinus
Fuscus Rubicundus.
A
continuación, como gran primicia en esta revista, nos complacemos en presentar
la parte hasta ahora transcrita de esta obra en su traducción al castellano:»
Y por allí
pasaba de nuevo. Como todas las mañanas, se dirigía solemnemente a la fuente con tres tinajas
vacías. Ninguna mirada podía evitar dirigirse aunque fuera un instante hacia
ella, pero ninguna podía hacerlo con tanto amor como la de Claudio… o al menos
eso era lo que él creía.
Claudio,
campesino de situación más bien pobre, acudía todos los días al mercado a
vender su escasa producción para obtener unos no menos escasos beneficios. Pero
eso a él ya no le importaba. El único propósito que quedaba aún en su mente era
el de ver pasar a aquella hermosa joven desconocida. Nadie sabía su nombre o su
residencia y Claudio no se quedó atrás en intentar averiguarlo. Procuró en
varias ocasiones hablar con ella, pero salía huyendo cual rayo nada más oír su
voz, aunque no hubiese cogido aún agua en la fuente. Intentar seguirla era
totalmente en vano: sin saber como, siempre se la perdía de vista en alguna
esquina. No era Claudio el único que se preguntaba sobre su identidad, sino que
circulaban diversidad de rumores entre la gente acerca de ella. La vida de
Claudio se había reducido a la necesidad de esperar verla todas las mañanas y
desear que con algo de suerte aquella le dirigiese la palabra. Pero los planes
de Cupido eran otros.
* * *
El gallardo Febo,
aburrido, se dedicaba a observar, ajeno a ellas, las debilidades humanas:
alegrías y tristezas de seres nimios e impotentes. No pudo reprimir un largo
bostezo. Había sido un día fácil, no había ocurrido nada interesante.
De súbito, se
oyó un ensordecedor grito de rabia. Juno penetró en la sala farfullando para
sí.
Febo la miró
momentáneamente con curiosidad antes de volver de nuevo a sus asuntos. En el
Olimpo los continuos arrebatos de ira de la esposa de Júpiter no tenían
demasiado de particular. ¿La causa? No era muy difícil de sospechar: Júpiter
tenía una nueva amante. Pasaba de continuo, era ley de vida. Siempre se supo
que un matrimonio entre hermanos no podía dar unos resultados demasiado
prometedores, era de sabiduría popular. Es una pena que cuando su matrimonio
tuvo lugar no existiera nada demasiado parecido a un pueblo. Todos estos pensamientos pasaban por la
cabeza de la joven deidad mientras los agudos gritos de su madrastra
continuaban despertando a los demás dioses de su letargo. Febo ya se conocía
muy bien el cuento, Juno iba a continuar así hasta que alguien le preguntase
qué era lo que le ocurría, pero no sería él el que cayese tan bajo: el orgullo
de Febo no se quebrantaba tan fácilmente.
Parecía que
nadie quería ser el primero en aventurarse a preguntar a Juno por la causa de
sus males y ella no podía disimular el hecho de que se daba cuenta de ello.
— Buenos días, hijo — dijo dirigiéndose a Febo
usando un tono zalamero ya como último recurso —, ¿habrás visto por alguna
casualidad a tu padre? Tengo un asuntito que comentarle.
Febo
se levantó de golpe, rojo de ira y miró furioso a Juno: odiaba que su madrastra
le llamase «hijo» y además ella lo sabía. La diosa retrocedió asustada.
— No pienso tolerar comportamiento
semejante en esta casa — comenzó a decir mientras su hijastro se alejaba de
ella —, me aseguraré de que…
Febo no pudo
escuchar ya más. Abandonó la habitación con un fuerte portazo que hizo retumbar
la estancia. Ya estaba acostumbrado a este tipo de problemas familiares. Nunca
había podido conseguir soportar a su madrastra y sabía que ella no le había
tenido nunca demasiado cariño. Al fin y al cabo, de no haber sido por la ayuda
de su padre, él nunca habría nacido.
* * *
Ya
no quedaba nadie en el foro, solo Claudio esperaba aún bajo la copiosa lluvia
que estropeaba los quesos que le habían quedado sin vender. Pero él no se
fijaba en esos nimios detalles. Solamente esperaba. Esperaba a alguien con la
candidez del joven enamorado que era y, aunque el sentido común le decía que
esa persona ya no iba a dejarse ver, él seguía allí, deseando verla yendo hacia
la fuente con un cántaro en cada mano. Quería intentar hablar con ella de
nuevo.
Era
la primera vez que ocurría algo así en todo este tiempo. Ella nunca había
faltado a su cita con la fuente y eso a Claudio le preocupaba. Quizás parezca
una preocupación algo estúpida, mas el joven no podía evitar presentir que le
había acontecido algún tipo de desgracia. Y tampoco pudo presentir el fuerte
mamporro que recibió en la cabeza justo en el momento en el que un largo y
hondo suspiro escapaba de su alma. Sin darle tiempo a reaccionar, la misma mano
agresora le propinó un fuerte tirón de la oreja que le desplazó se su anterior
puesto en el espacio y que no le permitió contener un suave, a la vez que
contundente, quejido de dolor. Pero no terminó aquí el martirio rutinario, sino
que recibió una fuerte torta en el lado derecho.
— Ya sabía yo que había otra mujerzuela —
chilló la agresora.
Claudio suspiró
antes de decir nada. No le iba a ser demasiado rentable discutir con su esposa.
Iulia era una mujer no especialmente hermosa, sino más bien algo rolliza, pero
en lo que era difícilmente superable era en carácter y temperamento. El
matrimonio, cómo iba a ser si no, había tenido lugar por razones puramente
económicas con las que quizás Claudio estuviera de acuerdo en un principio,
pero no después de dos años viviendo junto a ella. Ahora veía las cosas de otra
manera. Pero el mayor problema era lo celosa que su esposa podía llegar a ser.
No le permitía vivir la poca vida que él tenía. No podía vivir la vida que le
gustaría tener. Todavía en silencio, recogió sus cosas y se dirigió, acompañado
de gritos, quejidos y reprobaciones, de nuevo hacia su triste hogar. Esto no
era nada nuevo para él.
* * *
Venus
no paraba de devanarse los sesos. Había algo que no cuadraba. Que no era como
debía de ser. Revisaba todos los datos una y otra vez, mas no conseguía hallar
ese supuesto error. De repente se dio cuenta de algo. No pudo reprimir un
bufido de furia. Como se le podía haber escapado. Hizo llamar a Cupido
inmediatamente.
— ¿Qué ocurre madre? — preguntó el niño
eterno, jadeante por las prisas.
— ¿No habrás estado jugando de nuevo a mis
expensas por alguna casualidad? —preguntó la diosa en respuesta a la pregunta,
a la vez que miraba a Cupido fijamente a los ojos, en espera de ver algún signo
de falsedad en sus palabras.
El niño intentó
decir algo, pero las palabras se negaban a salir de su garganta y solo se pudo
oír un débil balbuceo. Como último recurso dirigió la vista al suelo y puso
cara de no haber roto nunca una vasija.
— Era de suponer — respondió furiosa—. Me
parece a mí que no vas a volver a usar el arco en una larga temporada…
— Pero mamá…
— No pienso discutir más. ¡Fuera de mi
vista! —gritó la iracunda diosa — La última vez que anduviste causando amores y
desamores sin control y sin mi expreso consentimiento me llevó más de dos años
humanos solucionar por completo los problemas causados.
— Es que… — intentó decir Cupido con los
ojos humedecidos y revolviéndose de rabia.
Venus ya había
alzado la mano para propinar al travieso niño su merecido castigo cuando este,
desesperado ante su ya segura amonestación, soltó de improviso lo que había
estado intentando decirle a su madre:
— Yo solo pretendía ayudar…
Pero ya era
demasiado tarde: el tortazo resonó en toda la estancia y, como si con ello se
hubiese activado un mecanismo, las lágrimas del caprichoso niño comenzaron a
brotar cual surtidor. Seguidamente huyó de su temperamental madre, no sin que
antes, por supuesto, le fuesen arrebatados su
arco y su carcaj, sus dos bienes más preciados.
* * *
Claudio
no fue capaz de pegar ojo en toda la noche. Cada vez le resultaba más difícil
el no pensar constantemente en ella, la joven desconocida. No poseía ni la más
remota información sobre su identidad. No sabía siquiera su nombre, pero algo
dentro de sí le decía que ella era la mujer de sus sueños. Con la que se
debería haber casado en lugar de Iulia, pero ya era demasiado tarde… Ahora solo
se podía conformar con verla todas y cada una de las mañanas… Pero, ¿qué haría
si volvía a faltar?, ¿qué si le había ocurrido algo? Entonces Claudio no sabía
si podía responder de sus actos.
* * *
Cupido
corría por los pasillos del Olimpo como alma que se lleva Plutón. Temía aún la
furia de su madre a pesar de encontrarse ya a metros de ella. Pero sabía
perfectamente donde encontrar cobijo.
— ¡Tía Juno, tía Juno! — exclamaba mientras
se acercaba, aún con lágrimas en los ojos hacia el enorme trono de la reina de
los dioses.
— ¿Qué ocurre, mi pequeño dios? — dijo con
una amable sonrisa al recibirlo en su regazo.
— Mamá se ha enfadado conmigo sin razón —
respondió haciendo pucheros.
— ¡Oh! Pobrecito mi niño — decía
acariciándole suavemente el pelo.
Poco a poco,
Cupido iba dejando de llorar.
— ¿Quieres que intente hablar yo con tu
madre? — le dijo Juno suavemente al oído mientras le daba en cariñosos beso en
la mejilla y dio una palmada para hacer llamar a Venus.
El niño hizo un
leve asentimiento con la cabeza con la mejor cara de inocencia que encontró. La
tía Juno era la que mejor le comprendía.
Venus no tardó
en hacer su aparición. Al ver a su hijo en el regazo de la diosa no pudo evitar
una mueca de disgusto. Era la historia de siempre. Aquel malcriado niño siempre
acudía a Juno cuando ella le reprendía. Venus no podía culparse de la mala
educación del niño, ella había hecho todo lo que había podido. Pero Juno no había hecho traer
a Venus para intentar disculpar a Cupido de sus faltas. Ella tenía sus propios
intereses en esta entrevista.
— ¿No tendrás, por alguna casualidad,
alguna información sobre la repentina desaparición de mi marido? — preguntó la
diosa sin dejar de acariciar los suaves cabellos del niño.
— ¿Por qué habría de tenerla? — respondió
sin siquiera notar la capciosidad de la pregunta.
— ¿Cuántas veces he de decirte que no
utilices tus trucos amorosos en mi marido? — parecía que nadie estaba dispuesto
a dar una contestación a ninguna de las preguntas.
Venus miró a
Juno buscando algún tipo de respuesta a la razón de ese interrogatorio al que
ella aún no veía ninguna lógica, pero su cara cambió una vez posó la vista de
nuevo sobre su hijo. Ahora creía verlo todo más claro. Se sintió impotente ante
tal situación. No sabía qué decir. Miro de nuevo a su hijo con cara de ayuda,
pero no obtuvo ninguna respuesta. No quería tener que degradarse a lo que se
disponía a hacer.
— Hijo, explícale a la tía Juno lo ocurrido
— dijo en el tono más zalamero posible.
Cupido no
respondió.
— Te devolveré tu arco y tu carcaj…
— Prometo que no he tenido nada que ver en
ello — respondió con una sonrisa en la cara.
— Oh, Venus. ¿Cómo puedes ser tan cruel
para acusar al niño de cosa semejante? — dijo Juno sin ni siquiera mirar hacia
ella.
El niño comenzó
a poner cara de arrepentimiento, aunque era poco probable que lo sintiese
realmente.
— Yo solo quería ayudar — dijo.
— ¡Ayudar! — chilló Venus — ¿Qué clase de
ayuda es dificultar el trabajo a tu madre, incumplir sus órdenes…?
— ¡Silencio! — exclamó Juno, impasible —
Déjale que se explique.
Cupido se
sintió importante por un momento.
— Por alguna razón que desconozco — comenzó
a relatar el chiquillo —había en la Tierra amores que tú no me habías mandado
provocar, y yo solo intentaba solucionarlo.
Después de su
intervención calló y comenzó a llorar de una manera muy falsa, pero ni Venus ni
Juno se dieron cuenta de ello: estaban demasiado asombradas por lo que el
pequeño les acababa de confesar.
— ¿Es… es eso cierto? — preguntó Venus
temblando.
— Claro que lo es. ¿Mentiría yo acaso?
La respuesta a
esa pregunta era obvia, pero Cupido no parecía estar mintiendo.
— ¿Y quién es el responsable entonces? —
preguntó Juno bastante contrariada.
— No lo sé… pero todos esos amores son
hacia la misma mujer…
— ¿Quién? — exclamaron ambas diosas al
unísono, denotando un alto grado de impaciencia.
El niño elevó
los hombros.
— ¡Su nombre, el lugar donde habita, su
descripción…! — comenzó a apremiar Venus.
— Algo sabrás sobre ella. Estoy seguro de que ha
de ser la responsable de la desaparición de mi esposo.
— No la he podido ver en ningún momento, no
sé nada sobre ella — el niño rompió de nuevo a llorar —.
— ¡Mentiroso! — gritó Venus —. ¿Por qué la
ocultas? ¡Confiesa!
— Quizás tenga razón — intercedió Juno,
aunque ya no hizo ningún nuevo amago de consolar al crío —. Es posible que mi
marido la esté ocultando. No sería la primera vez. ¡Lo que tengo claro es que
como le pille será la última!
Venus salió
precipitadamente del salón sin despedida alguna, solamente gritando «Tenemos
que encontrarla» una y otra vez hasta que se transformó en un suave murmullo.
Pero justamente cuando tenía ya la mano en el pomo de la puerta de su despacho,
una brillante idea se le cruzó por la mente: «Quizás nosotros no podamos
hallarla, pero sí alguien que la ame con toda su alma». Entonces cogió un
pequeño frasco con un contenido de color rojizo, lo espolvoreó sobre su mano y
sopló hasta que no quedó en ella ni el más mínimo resquicio de esa sustancia. «Esto
servirá para que todos los amores aumenten durante el tiempo suficiente para
que cualquiera que esté enamorado de esa mujer tenga que partir
irremisiblemente en su busca», se dijo para sí.
* * *
Aquella mañana
Claudio volvió, como indicaba su rutina, al mercado a ver de nuevo como los
demás vendían más que él, pero sobre todo, a esperar verla de nuevo, pues aquel
día, el joven sentía una fijación mayor de lo común en ello y a cada segundo le
resultaba más difícil soportarla. Pero Claudio, a pesar de abrigar la esperanza
de que su ausencia del día anterior no se volviese a repetir, no podía evitar
presentir que ella no volvería más por allí.
Una vez hubo
llegado al mercado no pudo evitar darse cuenta, a pesar de la abstracción en la
que se encontraba sumido, de que este se encontraba prácticamente desierto.
Pero esto no le importó lo más mínimo, en su cabeza rondaba una idea fija.
Simplemente se colocó en su puesto habitual y esperó, no se molestó en montar
su tenderete, solamente esperó, de una forma impaciente, mirando al sol
continuamente para observar cuánto tiempo llevaba ya de esa manera, viendo como
cada vez más y más hombres, por razones que él no llegaba a elucubrar, recogían
sus cosas y se marchaban. Pero no era eso lo único extraño que ocurría a su
alrededor: la calle se encontraba especialmente ruidosa y violenta aquella
mañana.
Claudio no
resistió ya más, se levantó dando un grito de rabia sin importarle las miradas
curiosas de los pocos que le rodeaban,
cogió sus fardos y comenzó a caminar en una dirección aleatoria, donde sus
instintos le llevaban, hacia más allá de los límites de la ciudad, juntándose
con la caravana de gente que seguía la misma dirección que él. Todos le miraron
con una mezcla de odio y desprecio que él no supo interpretar. Muchos de sus
conocidos de la profesión se encontraban en aquella procesión de gente, mas
ninguno parecía estar dispuesto a dirigirle siquiera un saludo, recelaban de
él; todos recelaban de todos.
* * *
— ¡Como te coja vas a saber lo que es
bueno! — le gritaba Febo al rebelde Cupido, mientras este huía riendo sin parar
buscando algún refugio para la ira del dios de la luz.
Febo no pudo ya
más. Desistió en la interminable carrera. No podía soportar a ese estúpido
niñato, le ponía totalmente de los nervios. «El muy estúpido se cree que sabe
más de tiro con arco que yo», bufaba mientras regresaba a sus aposentos. Pero
al pasar junto al despacho de Venus, oyó una voz que le llamó la atención: era
su madrastra. Aquello era ciertamente extraño, pues lo normal habría sido que
si hubieran necesitado hablar de algo fuese Venus la que hubiera ido a hacer
una visita a Juno, y no a la inversa. Además, la relación entre estas dos
deidades nunca había sido especialmente buena. «¿Qué podrán estar tramando?»
pensaba el curioso Febo.
— ¿Entonces los has encontrado ya? —
preguntó Juno, con un notable toque de enfado en su entonación.
— ¡Habla más bajo! — la reprendió Venus, en
susurros —. Hasta las paredes tienen oídos. No quieras que se arme un
escándalo, no nos saldría nada rentable — Juno quiso protestar —. Imagínate que
hubiese alguien escuchando tras la puerta.
Este último
argumento fue suficiente para la orgullosa diosa, pero logró de, de forma
quizás no necesariamente inintencionada, sobresaltar a Febo.
— Muy bien — comenzó a decir Venus una vez
la otra interlocutora se hubo callado —. Desde hace unos minutos todas las
pasiones llegarán a ser tan grandes que no habrá persona en el Mundo que se lo
piense dos veces antes de hacer cualquier cosa por el ser al que ama.
— ¿Y de qué nos puede servir eso? —
respondió Juno irritada, aunque ya con miedo a alzar la voz — ¿Acaso nos
interesa que mi marido se sienta aún más atraído hacia esa mujer de mala vida?
— No seas estúpida — le espetó, continuando
rápidamente para que no le replicase —. No nos importa lo que haga Júpiter,
sino lo que hagan los demás que amen a esa mujer, que según mis cálculos son
unos cuantos.
— Y, ¿si la encontramos a ella hallaremos a
Júpiter?
— Sí — contestó Venus suspirando por la,
según ella, inútil obcecación de su compañera.
Febo no tenía
necesidad de escuchar más. No podía permitir que aquellas dos brujas le
hicieran aquello a su padre. Puede que él no fuese perfecto, pero tampoco ellas
dos lo eran y, por lo menos, Júpiter era su padre. Febo necesitaba avisarle de
ello, pero a diferencia de los demás, él si sabía por dónde comenzar su busca
en estos casos. Febo se alejó por el pasillo justo en el momento en el que la
puerta se habría rápidamente para poder interceptar Venus a algún incauto
curioso. Al verle al fondo del pasillo le dirigió una mirada de sospecha a la
que el joven dios no se molestó en contestar. Por alguna razón que él
desconocía estaba demasiado ocupado en acariciar las suaves hojas de laurel que
reposaban sobre su cabeza.
* * *
Ya, fuera de la
ciudad, después de haber continuado
durante unas horas con la detestable comitiva, Claudio se dio cuenta de que
estaba siguiendo una marcha sin sentido. No sabía a dónde se dirigían aquellos
hombres, se movía como en una ensoñación, no tenía ningún indicio a seguir.
Lentamente comenzó a alejarse de la multitud, dispuesto a buscar algún templo
en el que pudiera consultar a los dioses sobre los siguientes pasos que había
de seguir. Pero, nada más haberse alejado unos pasos, otro hombre más siguió su
ejemplo y comenzó a seguirle. Claudio no se dio cuenta de este hecho.
Para su
sorpresa, aquella mañana, la multitud que se concentraba frente al templo era
mucho mayor de lo habitual, como si hubiese habido una fiebre religiosa
repentina. Claudio no se podía permitir tener que soportar tan larga espera. Se
dio la vuelta para proceder a buscar otro santuario en el que poder consultar
sus dudas, cuando se dio de bruces con su extraño seguidor.
— ¡Hola Claudio! — exclamó de una manera
quizás forzadamente efusiva —. Cuánto tiempo sin vernos.
— Hola — respondió secamente Claudio en
contraste con las maneras de aquel hombre.
— ¿No me recuerdas?
Claudio hizo
memoria: era un conocido del mercado, pero ni siquiera podía recordar su
nombre.
— Por supuesto que sí — respondió
falsamente.
— ¿Así que tampoco consigues acceder a
ningún templo? — preguntó el hombre —. Siento decepcionarte si te digo que
todos están igual. Llevo toda la mañana intentando encontrar uno, pues tengo
que resolver ciertos asuntos… de negocios. ¿Qué es lo que te trae a ti por
aquí?
— También los negocios — mintió —, y
bastantes urgentes.
Claudio comenzó
a caminar.
— ¿Vas a salir de la ciudad en busca de
algún templo?, pues entonces creo que te acompañaré.
Claudio no se
quejó ante la indiscreción de su futuro compañero de viaje. Simplemente
suspiró. Aún encontrándose sumido en ensoñaciones, le daba la impresión de que
tramaba algo.
* * *
Iulia esperaba
ya con la comida fría. No podía ser: su marido la había abandonado. Se habría
marchado con alguna de sus, según ella, múltiples amantes. Esto no podía
tolerarse. De nuevo fue a buscarle al mercado, pero su indignación creció aún
más al no encontrarle allí. Esto no podía seguir así. Le buscaría hasta
encontrarle y, una vez le hallase, los dioses saben lo que sería capaz de
hacer.
* * *
Ya
llevaban mucho tiempo caminando, muchísimo más del que Claudio creía, pues él
ya no se preocupaba por ello, pero por algún designio divino, nuestros dos
aventureros fueron a parar a la célebre ciudad de Cumas. En un momento de lucidez
a Claudio se le vino una idea a la cabeza: «¿Por qué no consultaban a la
célebre sibila?». Marco, que así se llamaba su acompañante estalló en una,
claramente falsa, carcajada.
— Esos no son más que cuentos infantiles —
respondió.
Pero la
verdadera razón de su escepticismo era que sentía miedo ante lo que podía
hallarse realmente en la cueva de la Sibila. A pesar de todo, Marco no quiso
aparentar esto y se sacrificó por su orgullo.
La cueva sibilina
era aún más grande de lo que se esperaban, repleta de inmensos pasillos y
cavidades, pero no parecía haber rastro de ninguna persona.
— ¿Quién osa penetrar en mi morada? —
retumbó una profunda y misteriosa voz.
Marco no pudo
reprimir un agudo grito de espanto. Por el contrario, Claudio mantuvo su
entereza y, por consiguiente, fue el primero en hablar.
— Oh, sabia Sibila — comenzó —, si me
atrevo a molestar tu descanso, no es más que para saber dónde puedo encontrar a
una persona que amo locamente desde la primera vez que la vi recoger agua de la
fuente…
Marco se
estremeció. Sabía perfectamente que Claudio tenía el mismo propósito que él,
pero aún así no pudo evitar que el corazón le diese un vuelco.
— ¡Silencio! —gritó la Sibila—. Esa a quién
buscas se encuentra en Egipto, en la ciudad de Tebas …
No le dio
tiempo a la Sibila a terminar su sentencia ni a Claudio a dar las gracias por
ella cuando la cabeza de Claudio recibió un fuerte golpe que le dejó sin conciencia.
* * *
— ¡Bah! Yo confiaba en ese tal Marco —
exclamó Ceres mientras Diana le instaba a que le diese lo que habían apostado.
Ceres la miró
con desprecio.
— Aún no hay nada decidido —continuando
hablando la diosa de manera algo presuntuosa —. Además, no me irás a decir que
Claudio tiene demasiadas oportunidades actualmente.
— Y menos con su mujer pisándole los talones
—rió Minerva—. Pues hay que ver las dotes detectivescas que posee esa mujer.
Diana se
mostraba cada vez más enfadada. Parecía que aquellas marujas le querían sacar
los cuartos. Pero no, ella no se lo podía permitir: se había prometido
ganarlas. Tenía que hablar con su hermano: necesitaba que Claudio supiera dónde
podía proseguir su búsqueda. Ella no podía confesárselo, pues no lo sabía
tampoco, por lo que tenía que conseguir que su hermano Febo se lo revelase a
través de la Sibila. Venus ya se había encargado lo que había podido de que
marchase gente hacia todos los puntos cardinales y algunos ya se encontraban
relativamente cerca del destino correcto, por lo que actualmente Claudio tenía
muy pocas posibilidades, incluso menos que Marco, pero Diana no se arrepentía
de su apuesta. Aquel hombre tenía un corazón puro.
Al disolverse
la reunión, Diana se dirigió al establo y mandó a sus mejores perros a buscar a
su hermano, portando a su vez el siguiente mensaje: «Si informas a Claudio a
través de la Sibila sobre el paradero de tu padre, su amada y tú te ofreceré a
alguna de mis ninfas». Sabía que esto funcionaría, aunque no tenía ni la más
remota intención de cumplirlo.
Al día
siguiente recibió la correspondiente contestación: «Acepto el trato, pero con
la condición de que tu protegido realice el camino por vías subterráneas para
así no ser interceptado». Diana no estaba muy de acuerdo con este último
requerimiento, pero no quedaba más remedio, era la única posibilidad.
Aquel mismo
día, sin que nadie lo notase, Ceres, que sospechaba que Diana estuviera
haciendo trampas, se deslizó en los establos y, ofreciendo los más fabulosos
granos de su cosecha a los animales consiguió, al cabo de un tiempo, que los
perros le confesasen dónde se encontraba aquella misteriosa mujer. De hacérselo
saber a Marco ya se ocuparía ella.
* * *
Claudio
despertó con un fuerte dolor de cabeza. Una anciana se encontraba delante de él
esperando a que abriese los ojos.
— Si hubieses tardado un día más te habría
dado por muerto —fue lo primero que dijo, sin siquiera mirar para él.
— ¿Entonces ya se ha acabado? —preguntó
desolado—, Marco llegará antes que yo y la raptará.
— Oh. ¿Acaso me veías capaz de desvelarle
la verdadera respuesta a ese tarambana? Por supuesto que no: me tomé la
libertad de mentirle para librarme de él. La que buscas se encuentra en el
Jardín de las Hespérides.
— Tengo que ir allí —dijo Claudio con voz
seca mientras intentaba incorporarse.
— No va a servir de nada, no te dejaré ir
por Tierra. Tendrás que atravesar los subterráneos.
— ¿El Averno? —gritó espantado.
La Sibila no
respondió, simplemente señaló hacia una puerta y ayudó a Claudio a levantarse.
Le ofreció un palo por de bastón y le dio la despedida.
* * *
Vulcano sonrió
cuando Diana le propuso el trato. Haría cualquier cosa con tal de fastidiar a
su engreída mujer.
Diana, que no
podía arriesgarse a mandar al joven Claudio a través del Averno, pensó que la
mejor idea para ello sería pedirle ayuda al vecino de Plutón, Vulcano, cuyos
túneles se encontraban en contacto con los del primero.
Vulcano decidió
mandar a unos de sus fieles titanes a acompañar al invitado por la infinidad de
túneles que surcan la Tierra, con el único requisito de que el joven hubiese de
ir con la cabeza tapada para no poder reconocer ninguno de los muchos caminos.
El titán,
vestido de negro, esperaría a la entrada del túnel que partía de la cueva de
Cumas oculto en las tinieblas desde donde taparía la cabeza al humano y
cargaría con él a hombros para llevarlo al continente africano, hacia la
Cordillera del Atlas.
En cuanto a
pactos con Plutón se refiere, no fue demasiado difícil convencerle, pues este
siempre estuvo a favor de las empresas arriesgadas, al darle estas más
«clientela».
Gracias a esto,
Claudio pudo llegar a su destino en menos de un día, compensando así el tiempo
perdido en la Cueva.
* * *
Claudio, que se
había desmayado por la velocidad de su viaje, despertó asombrado en un hermoso
y florido paraje, con el suave cantar de los pájaros. Pero esa tranquilidad no
duró demasiado tiempo, pues tan pronto como se hubo logrado levantar gracias a
la ayuda de su improvisado bastón comenzó a oír unos gritos que parecían
humanos. Poco más tarde logró ver a tres figuras acercándose rápidamente desde
la lejanía y, cuál sería su sorpresa al reconocer en dos de ellas a Marco, en
cabeza de la comitiva, y a su hermosa amada, siendo violentamente arrastrada
por él. Al ver esto, Claudio no perdió el tiempo en fijarse en la tercera, que
parecía perseguir a los otros dos con todas sus fuerzas y, a pesar de su mal estar,
salió rápidamente a su encuentro. Desgraciadamente, no parecía que Marco se
dispusiese a hacer un alto.
— ¡Alto! — gritó de súbito una potente voz
que, a pesar de todo, parecía pertenecer a una persona que soportaba un gran
cansancio
La variopinta
comitiva dirigió la vista hacia arriba, desde donde procedía la voz, y quedaron
asombrados al contemplar al legendario titán sosteniendo la bóveda celeste.
Retrocedieron asustados.
— ¿Cómo os atrevéis a …?
No pudo
terminar la frase. En el momento en el que sus ojos se posaron sobre la hermosa
dama se vio incapaz de cualquier acción.
Súbitamente, un
hombre corpulento apareció mágicamente delante de ellos y comenzó a acercarse a
Marco. Su rostro era totalmente deslumbrante.
— No te atrevas —gritó Ceres —. ¿Cómo puedes
matar al ganador?
Júpiter no
respondió. No sabía de qué estaba hablando.
— ¿Cómo que ganador? — contestó Diana
apareciendo también de la nada.
— Ha llegado antes — siguió gritando Ceres.
Los tres
hombres contemplaban atónitos el espectáculo.
— Solo quién salga de aquí con vida podrá
ser considerado como tal, especialmente si lo hace con la mujer — dictaminó
Minerva.
Júpiter se
recuperó de su impresión y sacó rápidamente un rayo de su carcaj.
— Nadie saldrá de aquí con esa mujer — le
espetó.
— Padre, padre — volvió a ser interrumpido
—. Juno ha descubierto tu paradero. ¡Huye!
Pero ya era
demasiado tarde: Juno apareció detrás de Júpiter.
— Así que es esta tu famosa concubina —
gruñó acercándose a ella.
De repente, la
Tierra tembló.
— No te atrevas a hacerle daño — gritó Atlas,
jadeante.
— ¿Y qué harás tú? — respondió con
desprecio.
La tierra
volvió a temblar.
— No serás capaz de soltarla— le provocó —.
Eres demasiado cobarde.
Esta vez casi
ninguno de los presentes pudo mantenerse en pie.
Cada uno, bajo
el asombro de los humanos se encontraba más pálido que el otro, mirando a todos
los demás con desprecio. Una mujer entró gritando en la inusual reunión.
— Así que por fin has encontrado a mi
marido — exclamó Iulia con una voz chillona dando un apasionado beso a Marco
ante la sorpresa de Claudio —. Vaya desvergonzado.
Y se dispuso a
soltar un mandoble a Claudio, cuando fue fulminada de improviso por un rayo de Júpiter.
Todos suspiraron aliviados.
Solo faltaba
una persona en la reunión y esta no tardó en llegar oportunamente para la ocasión.
— Mucho parloteo y poca sangre — exclamó
Venus —. ¿Dónde está esa mujer?
Al ver a Venus
cara a cara, la desconocida se quedó con la boca abierta. No podía creer lo que
veían sus ojos.
— Madre …
— ¡Hija mía! — exclamó la hermosa diosa
acercándose para…
A partir de aquí, el manuscrito se muestra
excesivamente deteriorado y aún no se han podido descifrar los últimos
párrafos. Se espera que a lo largo de este año, los expertos de la localidad
consigan desvelar las líneas finales de este papiro de incalculable interés
cultural. En cuanto a lo que el desenlace de la simple historia que en el se
narra se refiere damos por hecho que el lector podrá deducirla sin la más
mínima dificultad.
Eduardo Rodríguez Asensi.
Extracto del
periódico La Gaceta Tevergana, del
día 2 de marzo de 2012.
Ayer alrededor de las 8 de la mañana, un devastador
incendio […] ha arrasado totalmente el centro arqueológico de la localidad de
Gradura. […] El edificio ha quedado totalmente devastado […], así como todos
los objetos de incalculable valor que allí se encontraban. Se han encontrado
dos cadáveres […] y no se cree que allí pudiese haber nadie más [...].
Curiosamente, apretado en la mano de uno de ellos, se ha podido hallar,
preservado de la destrucción absoluta […], un fragmento de papel bastante
quemado […] en el que se ha podido leer: Traducción completa de «Néctar y Ambrosía».
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