jueves, 26 de enero de 2012

Impresiones del Pasado


Un interminable y ancho pasillo arbolado se abría ante nuestras vistas, invitándonos a seguir adelante, al mismo tiempo que haciéndonos parecer seres pequeños e indefensos e indignos de tan grandiosa estructura. Una alta verja, como puerta de un Edén terrenal descansa imponente a nuestras espaldas, despreciando el exterior, como si no existiese, y rodeándonos por los demás lados el palacio en sí, antigua (aunque inmortal) morada de un rey depresivo. Cuanto más se adentra uno en aquella espléndida inmensidad, más  fuera de lugar se siente al imaginar con qué extraña sensación sería mirado por la engalanada corte, ajena a las desgracias humanas, que por todas partes parecía apreciarse.
Una vez recorrido este trecho y allegados frente a la colegiata, donde los restos de Felipe V yacen contradiciendo la norma, se olvida fácilmente que en el Mundo hubiese algo menos hermoso y, entonces uno, por primera vez, se identificaba con la egocéntrica corte. Ya una vez dentro, el visitante se pierde en sus largas estancias, repletas de hermosos y complejos tapices que alardean del poder de la monarquía y que uno se imagina colgando al exterior o siendo llevados en viajes para impresionar a la gente que por simple diferencia de cuna nunca podría aspirar a tan alta magnificencia o para demostrar ante otros monarcas que nuestro país no es menos que el suyo. Y después se observan, no sin menor deleite, las pinturas desperdigadas por el sin número de hermosas habitaciones que forman un pasillo interminable para el ojo humano.
Y los jardines… Uno no puede dar dos pasos sin cruzarse con Dafne huyendo de Apolo o viendo a Acteón, mientras este observa a Diana a su vez, e intenta, sin siquiera vislumbrar sus funestas consecuencias, seducirla. Y qué decir del espectáculo que supone ver al valiente Perseo abalanzarse sobre el monstruo, enarbolando la cabeza de Medusa, para liberar a la bella Andrómeda de su aparentemente inevitable fin; o de ver a los pobres egoístas campesinos siendo convertidos en ranas por negarle el agua a la desgraciada Latona.
Y allí los dioses se mezclan con los mortales, reuniéndose los principales en una plaza circular y permitiendo al visitante codearse con ellos y, ni más ni menos que Neptuno, nos ofrece una apasionante exhibición equina. Y todo esto con el resplandeciente palacio al frente que puede que no sea Versalles por mucho que lo quiera igualar, pero sería excederse el pedirle más, pues siempre será la Granja de San Ildefonso.


Albino Moreno Bermejo

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